CARTA DEL DIRECTOR VI

Lo barato es caro.

Hace un par de semanas, en el aeropuerto de Santander, estaba tomándome un último café antes de embarcar. En la mesa de al lado, un matrimonio hacía planes de sus vacaciones en Roma. Era una mujer de edad indefinida, podía tener cincuenta o cuarenta, con el pelo verde (sí, verde) y muchas pulseras en la muñeca izquierda. El marido era la viva estampa del doctor House. La conversación fue subiendo de volumen cuando sacaron a relucir el tema de un reloj recién comprado que ya se había cansado de marcar las horas. Primero había sido el segundero, que se había descolgado y volaba por la esfera como bajo los efectos del ácido lisérgico. Luego el minutero, que hizo huelga de brazos caídos. Por fin, la de las horas se rindió, incapaz de marcar el tiempo con precisión ella sola. Lo comentaban con humor, sin ira. De ahí pasaron al pésimo servicio de una línea aérea, “pero es que por ese precio ¿qué puedes pedir?”, replicó el doctor House.
Yo no pretendía escuchar su conversación, pero creo que toda la cafetería les atendía, por lo alto que hablaban. Pasaron a enumerar todas sus inversiones baratas y fallidas. El jersey de ocho euros que les duró dos puestas, el no-arreglo del grifo que goteaba por aquel fontanero que les llevó quince euros con sesenta (sic), y les regaló el IVA, por no querer factura… Se lo contaban el uno al otro con humor, como buenos perdedores en aquellas apuestas por el ahorro. Al final concluyó la mujer:
¬—Claro, qué podemos esperar, lo barato es caro.
Fue como una sentencia, pues justo en ese momento sonó por megafonía la orden de embarque y apuré el café de un sorbo.

No les volví a ver en el avión. Aunque creo que debieron de contagiar al resto de pasajeros que les escucharon en la cafetería pues los que me rodeaban empezaron a contarse unos a otros sus experiencias, aquellos casos en que quisieron ahorrar con una compra maestra o un ñapas de confianza y terminaron escaldados. Yo fingía leer en mi ebook, pero no podía evitar tener la sensación de estar dentro de un programa de cámara oculta. ¿Todo un avión sacando ejemplos de fracasos económicos? Al otro lado del pasillo una chica de veintipocos ya tenía experiencias propias que aportar. No, no por el garrafón, sino por unos anillos y una gargantilla de oro macizo, que no pesaba y a los que se le cayó el contrachapado después del primer chapuzón en la piscina. No pude captar los detalles de otro matrimonio que compartía su mala experiencia en un hotel que ofrecía lujo a su justo precio. El precio de estar enclavado en una barriada de las afueras, al lado de un polígono donde se trapicheaba.

Donde puse la oreja y bien es en la conversación de los que tenía justo detrás. Hablaban del administrador de fincas de su comunidad. Bueno, de los dos, que cada uno competía con el otro por ver quién tuvo al más estafador. Eran ambos baratos, lo mismo llevaban la contabilidad que contrataban el seguro, tenían la empresa de limpieza en un lote con el contrato, y ofrecían descuentos en todos, toditos, los servicios comunitarios. Vamos, un chollo. Hasta que dejaron esquilmada la comunidad y a los vecinos en pie de guerra. De poco servía gritar y amenazar, a esos administradores en fuga había que echarles un galgo. De uno sé que no era colegiado (el otro no lo mencionó) y ninguno tenía formación superior. Sus honorarios eran de risa, menos de la mitad que el anterior que administraba la comunidad. Uno sobrevivió un par de años, mientras no hubo siniestros ni morosos en la comunidad. En cuanto hubo obras, la fuga fue de la cuenta corriente. El otro, no duró dos asaltos y, aunque se aferró al contrato, dejó la comunidad como si la hubiera gestionado Atila.

A veces olvidamos que no pueden vendernos un Mercedes CLK al precio de un Dacia. ¿A que a nadie se le ocurre ir a un dentista que tenga la consulta medio escondida y nos haga empastes por un euro y ortodoncias de tres por dos y sorteen una caja de bombones? ¿O a un abogado sentado en un escaparate con luces de neón que lo mismo ofrece asesoramiento jurídico que un masaje en el local de al lado? ¿Y qué me dicen del pediatra? ¿Llevaríamos a nuestros hijos a la consulta de uno que, además, nos ofreciera como opcional el servicio de limpieza de la comunidad y el mantenimiento eléctrico?

Y no es que no haya productos y servicios a buen precio y de garantía, que los hay. La cuestión es ese umbral a la baja que no se debe franquear, donde el tufillo a tongo debería arrugarnos la nariz. Las abuelas ya lo decían:

—Nadie da duros a cuatro pesetas.

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