WILL POWER

¿Qué diferencia al triunfador del resto de mortales? ¿Nos hemos planteado alguna vez por qué algunas personas son felices y tienen éxito y otras no? Es cierto que las circunstancias de Ortega y Gasset son un condicionante, pero no deja de sorprendernos que haya alguien que logre sus metas partiendo de la nada. De un atleta que gana medallas a pesar de su minusvalía, de un empresario multimillonario nacido en una barriada india donde apenas tenían para comer o, sin acudir a los grandes héroes de la humanidad, a aquel vecino que con su persistencia logró casarse con la mujer ideal, comprar la casa de sus sueños o ser feliz cada día.

La clave fundamental son los pensamientos. Las ideas que tenemos constantemente en la cabeza son el germen y la esencia de todo lo que nos pasa, de nuestro destino. Es así de sencillo. Puede parecer que los pensamientos fluyen espontáneos por nuestro cerebro, brotan de manera inexplicable e incontrolada. Más allá de la génesis de las ideas en sí mismas, del inconsciente y de todo lo que el cerebro trabaja sin ser nosotros conscientes de ello, sí está en nuestra mano controlar esa imagen mental. Podemos, y debemos, expulsar toda idea negativa de nuestro cerebro y sustituirla inmediatamente por una positiva. (Ya hablaré más adelante de la importancia científica del optimismo). La razón primordial es que los pensamientos se convierten en palabras. Hablamos de lo que pensamos, lo que tenemos en la cabeza lo verbalizamos. Las palabras son la concreción de las ideas, el vehículo por el que se manifiestan.

He aquí la primera piedra de toque. Somos dueños de nuestro silencio y esclavos de nuestras palabras, y éstas el reflejo de nuestras reflexiones. La palabra es como la flecha disparada, no se puede deshacer el tiro y habrá que afrontar las consecuencias.

Y, claro, nuestras palabras condicionan nuestras acciones. ¿Cuántas veces hacemos algo nada más que porque lo hemos dicho? “Yo corro treinta minutos cada día”. Nos cuesta mucho desmentirnos y si hemos asegurado que corremos todo eso lo intentaremos cumplir. El ser humano necesita sentirse coherente. Por eso es bueno hacer públicos nuestros proyectos: voy a leer seis libros al año, voy a perder diez kilos, me voy de vacaciones al Everest… y para no evidenciarnos como mentirosos antes nuestro interlocutor nos pondremos en marcha. Por otro lado, solemos hablar siempre de lo que tenemos en mente. Si pensamos en música, instrumentos, canciones… hablaremos de ello. Si es de naturaleza, excursiones a la montaña, plantas, comida sana… compartiremos nuestras reflexiones y gustos. Si se trata de lo infelices que somos, lo que nos amarga tal o cual cliente, de nuestra mala suerte… también lo diremos. ¿De qué preferimos hablar? Pues controlemos en qué pensamos.

Porque esas acciones derivadas de nuestras palabras se convierten en hábitos. Un acto es algo aislado. Su repetición se convierte en actitud y en hábito. Entra a formar parte de nuestra rutina, se consolida a sí mismo. Cada vez es más difícil cambiarla, “es que siempre me levanto a las siete…”, “yo siempre tomo el café con mucho azúcar…”, “no puedo evitar que siempre que…”. Nuestras palabras transformadas en hábitos nos han vuelto más esclavos aún.

Lo que hacen los hábitos es formar el carácter. Una costumbre es difícil de cambiar —incluso se convierte en ley en ocasiones— y forja nuestra idiosincrasia. Es el feedback de nuestras acciones, de nuestras palabras, de nuestros pensamientos. Nuestro temperamento, el carisma, nuestra forma de ser se forja con los hábitos que mantenemos, siendo estos consecuencia de última de lo que pensamos.

Y esto nos lleva a la última etapa del proceso. El carácter marca nuestro destino. Sí, a la postre ese carácter fruto de nuestras reflexiones o irreflexiones es el que determina nuestra vida, si vamos a ser felices o amargados, generosos o envidiosos, triunfar en nuestros proyectos o gruñir resentidos por nuestra mala suerte, disfrutar de la vida o escupir insidias. Tenemos lo que pensamos.

El resumen sería lo siguiente:
Controla tus pensamientos, que se convierten en palabras.
Controla tus palabras, que se transfiguran en acciones.
Controla tus acciones, que se transforman en hábitos.
Controla tus hábitos, que se tornan en tu carácter.
Controla tu carácter, que se transforma en tu destino.

Una reflexión sencilla. El ser humano, ¿sonríe por ser feliz o es feliz porque sonríe? Lo primero es cierto, lo segundo también. Un ejemplo más de cómo nuestros actos conscientes y voluntarios condicionan nuestros sentimientos. Sonriamos sin motivo y acabaremos sintiéndonos alegres. El mensaje que nuestro rostro sonriente manda al cerebro son instrucciones para él.

¿No es cierto que la gente alegre suele estar rodeada de personas alegres? ¿Y que los amargados y criticones, aquellos que hablan mal de los demás, tienden a estar solos? Iguales atraen iguales.

Para concluir, hay cientos de frases que nos recuerdan que la fuerza de voluntad es el pilar del éxito, “querer es poder”, los pensamientos marcan los sentimentos.

HOLSTEE MANIFESTO

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