MANÍAS DE UN ADMINISTRADOR DE FINCAS

¿Quién no tiene manías? Algunos las visten de hábitos y otros reconocen su irracionalidad. La mayoría son inofensivas, como es mi caso. Os cuento algunas.

Ordeno los libros y los discos por fechas. No por el nombre del autor o intérprete, ni siquiera por el apellido. Por la fecha de nacimiento o edición. Y, en caso de duda, por tamaño: de más grande a más pequeño y de derecha a izquierda. Si son iguales de tamaño, de más grueso a menos.

Lo mismo hago con mis contactos en la agenda del móvil o de papel: por la fecha de cumpleaños. Y si no me la dicen, no les memorizo.

Mi obsesión por los perfumes llega a convertirse en manía. Como no puedo utilizar una sola cada vez, tengo siete. Utilizo una diferente cada día y siempre la misma. Los lunes, 212 de Carolina Herrera para empezar fresco la mañana. Los martes, Esencia de Loewe. Los miércoles, Déclaration de Cartier. Y así sucesivamente… Si un día no me apetece la que me corresponde, la mezclo. Me han salido combinaciones excelentes entre 1881 de Cerruti y Cool Water de Davidoff. O entre One de CK y Adidas. O Amber de Prada con Chrome de Azzaro.

Pero claro, mis manías van más allá. Cuando tiendo la ropa tengo que utilizar las pinzas del mismo color que la ropa. Pinzas amarillas con prendas amarillas, verdes con verdes… El ocre acepta pinzas amarillas y marrones mientras que el gris permite alternar pinzas blancas y negras. Lo complicado es cuando la prenda tiene rayas o la pinza es más grande que la prenda… Me refiero a los tangas de mi hija.

Una costumbre caprichosa o extravagante es la de dar los “Buenos días” a la gente que me encuentro. Casi nunca me los devuelven e incluso me miran como a un bicho raro. Y eso que se los doy gratis. Pero no puedo evitarlo. ¿Será porque en ocasiones se los doy por la noche? Es que esto de la educación está muy olvidado…

Otra. En cada casa hay más de un reloj y es frecuente que exista uno en cada habitación. Al menos así es en mi casa. Mi manía es que no tengan dos relojes la misma hora. Basta un minuto de diferencia. El despertador marca la correcta, ante todo hay que ser pragmático. Luego el vídeo, el microondas, el móvil, el reloj del baño, el de pulsera, el del coche, el otro de pulsera, el de la cocina, el carillón, la cadena de música, el ordenador, la cámara digital, la alarma… Ahora que lo pienso, el reloj es el Gran Hermano orwelliano de mi casa.

Como administrador de fincas tengo la manía de no hacer nada. Es lo que piensan muchos de los vecinos de las comunidades que administro así que para qué llevarles la contraria. Alguna vez he intentado demostrarle lo contrario y es inútil, así que mejor darles la razón, que así están contentos. Cuando surge un problema espero a que se solucione solo. Como decía Napoleón, la mitad de los problemas se resuelven por sí mismos y la otra mitad es insoluble, así que ¿para qué preocuparse? Por tanto, laissez faire, laissez passer.

Otra manía es la de no formarme ni reciclarme. ¿Para qué perder tiempo en asistir a seminarios y cursos de formación si los clientes no lo van a notar? Como no tengo ni idea… Cuando tenga una duda llamo por teléfono, pregunto a un compañero y listo. Además, en todas las comunidades hay propietarios que saben más que yo y me lo recuerdan: tú –es importante el tuteo porque el respeto derivado del usted es fascista– no tienes ni idea. Entonces es cuando aparecen sus conocimientos sobre la Ley de Garajes, el artículo 33 y el Reglamento de Bajantes y Portales.

También tengo la absurda manía de no atender el teléfono ni estar nunca en la oficina. Siempre estoy reunido, aunque sea conmigo mismo. A algunos vecinos les molesta pero yo creo que así parezco interesante, siempre ocupado o haciendo gestiones. Alguien importante como Charlie, el de los Ángeles.

Otra manía como administrador es la de cobrar, y mucho. Primero, porque otra gente se empeña en cobrarme sus servicios o bienes que me venden. Segundo, porque no hacer nada cuesta mucho. Tercero, porque si uno es caro la gente supone que es bueno. Soy el Louis Vuitton de los administradores.

Las manías son contagiosas pues mis empleados también tienen manías. Como la de cogerse vacaciones, salir a su hora y cobrar por venir a trabajar. Tener trabajo es un lujo hoy, con tanto paro, pero no les vale. ¡Se olvidan que el trabajo es salud y yo les receto toneladas!

La última y más destacada de mis manías es mentir. Mentir sin necesidad. Es una patología incurable porque disfruto creando mentiras. Sí, soy un mentiroso maniático… o un maniático mentiroso… o quizá no.

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